jueves, 9 de noviembre de 2017

Ardiente

Obembe descendió de las montañas del norte de África guardando en su memoria el recuerdo de un río que dividía en dos el mundo. 

 Ni aún en su travesía más amplia se había apartado más allá del Gran Monte donde cada día el sol se transformaba en un espectáculo de rojos, naranjas y violetas que daba paso al misterio de la noche. 

En dialecto Moakil no existían palabras para describir el sentimiento de quién deja atrás sus ancestros para no volver, porque en principio, nadie se aleja de las tierras de sus ancestros voluntariamente y si lo hace, era por causa del destierro, el máximo castigo aplicable. Pero ese día Obembe supo que no volvería a correr por las montañas, a nadar en el río en busca de peces, ni hurgaría como niño en los enormes nidos de termitas, que no treparía árboles ni vería los desnudos pechos de las mujeres agitándose en la hoguera nocturna, extrañaría, de entre todas las cosas, el salvaje amor que encarnaban las mujeres del África. 

Mientras se alejaba, en lo alto del cielo, una solitaria ave; un kimué que vigilaba las montañas. Obembe la contempla, sueña que vuela, imagina que a través de sus ojos observa el río, que puede zambullirse en el y atrapar un último pez, que siente el pulso del aire en su cara mientras desciende en caída libre hasta su presa, que lo atrapa con sus poderosas garras y que se yergue vencedora entre toda el África Ardiente

 Muchos años después que Obembe y otros hombres se revelaran en las profundidades de las minas, se empezaron a contar en las aldeas, historias de espíritus que se transformaban en aves que volaban sobre las tierras de sus ancestros. Desde entonces, en Moakil, se le llama kimué a quien regresa a casa después de mucho tiempo, o esto me contó Dambje, una anciana de las montañas del África, con la mirada perdida en el denso horizonte, como si aún en sus ojos se conservara intacta aquella imagen de su mano tratando de retener la de su amado, apartarlo de sus captores y conservarlo con ella, rescatarlo de aquel destierro forzado y dormir una noche más juntos, anestesiados por el recital salvaje de la noche.

 Dambje célebre curandera que conversaba con los espíritus sentada a orillas del río que divide en dos el mundo siempre cantando; Obembe kimué, Obembe kimué.