Cansada me recosté junto
a él, estábamos tan
sudados que el tacto no se sentía del todo higiénico, en cualquier otro cuerpo
tal vez sentiría asco o me burlaría… pero aquí, con él, ese pequeño detalle
parecía insignificante.
-
¿Estás
bien? – le pregunté cuando su pecho debajo de mi rostro no parecía querer
detener sus rápidos movimientos de respiración agitada.
-
¿Acabas
de perder la virginidad y me preguntas a mí si estoy bien? – susurró agitado,
con una pequeña risa al final.
-
Eres
tú el de los pulmones viejos y cansados. – deposité un suave beso en su pecho
antes de volver a colocar allí mi rostro, esta vez mi oído escuchó sus latidos.
Cerré los ojos para concentrarme en ellos.
-
¡Oye!
Qué humor tan pesado tienes…
-
Mmm…
qué rico huele tu piel- pensé en voz alta.
-
¿“Rico”?
– repitió con dificultad en la “R”
-
En
mi idioma es un sinónimo de agradable…
-
Mmm…
entonces… esto… estuvo “rrrrico” – repitió con una voz suave. Me reí.
Más de emoción, por más que había intentado no parecer tonta e histérica bajo
las circunstancias que nos llevaron a hablar, besarnos y tener sexo, no podía
evitar la enorme sonrisa que decoraba mi cara y mi emoción al verlo ser lindo
conmigo.
-
Puedo…-
pensé mejor lo que quería preguntar ¿debía dormir con él?, ¿le molestaría?, temía
por lo que me respondiera, pero si él quería que yo me fuera de allí, sería un
buen momento y buena hora para que lo dijera- ¿Debo irme a casa…?
-
¿Quieres
irte? – me preguntó extrañado, me negué a mirarlo a los ojos.
-
La
verdad es que no… - sentí sus dedos acariciar mi cabello. Relajante.
-
Entonces
quédate, me iré por la mañana, puedes irte después de mí- respondió sin tapujos, como quien había hecho
aquello demasiadas veces. Me obligué a no sentirme mal por eso… El estar con el
allí, así, era algo que superaba toda expectativa, un sueño cumplido, uno tan
fuera del alcancé que no se sentía real.
Me mantuve quieta bajo su mano acariciando mi
cabello, mi oído escuchando el latir de su corazón y mi nariz inhalando su aroma
a piel, tabaco y sudor.
De pronto
mi estomago gruñó.
“Qué vergüenza”
pensé antes de sentirme pequeña.
-
Oh.
-
Lo
siento, Hyde…
-
Nada
de disculpas, la verdad también tengo un poco de hambre, ¿te gusta la pizza? –
me preguntó removiéndose entre las sábanas hasta finalmente ponerse de pie.
-
Sí…
¿A quién no le gusta la pizza?
-
Tienes
razón. Oh… ¿dónde rayos quedaron mis calzoncillos? – se preguntó a sí mismo
revisando el suelo de la habitación con la mirada.
-
No
llevabas… - contesté cien por ciento segura de ello- El me observó y se sonrojó
un poco. ¿Por qué? No lo sé, pero me pareció adorable. Bufó y salió de la habitación, para cuando volvió con la pizza que inundaba de buen aroma el lugar, ya se había puesto la máscara de aquella sonrisa falsa, había vuelto a ser quien conocí fuera de aquella cama, supuse que era una manera de protegerse a sí mismo, incluso de quienes intencionalmente jamás lo dañaríamos, pero no fue difícil llegar a la conclusión de que, probablemente, incluso ese tipo de personas con las que yo me identificaba, con todo el amor que le teníamos, también lo habíamos dañado.