jueves, 6 de septiembre de 2018

Capitulo 11: Caricias

~ Hyde



¿Podía contarle lo de Oishi? ¿Podía contarle todas las veces en que estuve en situaciones similares y no logré escapar? No podía aguantar más… no con todo lo que me sobraba y me pesaba. Por primera vez sentí que alguien podría hacer algo por mí.

-       ¿En que necesitas que te ayude? Tú solo dímelo, lo solucionaré – dijo en tono seguro. Lo miré a los ojos con muchas dudas ¿Cómo podía contarlo? Me sentía asqueroso de solo pensarlo. La mirada inquieta de Sakura parecía escarbar en mi cabeza intentando descubrir qué me pasaba y yo no sabía cómo debería empezar, ni siquiera en palabras escritas. De pronto comenzó a adivinar - ¿Es la banda? ¿Es alguien de la banda que te hizo algo? – preguntó insistente, moví la cabeza negando rotundamente. Y es que en realidad no era solo un suceso lo que me afectaba, eran momentos y más momentos que se habían acumulado dentro de mí… y me habían quitado las palabras. – Hide- parecía exasperado, de pronto no quise explicarle nada y quería pedirle que se fuera, que me dejara solo, que no se complicara con mis sentimientos, que no se ensuciara de mi mugre. No quería transformarme en un problema para él también. – ¿Y si me lo escribes en la libreta? – negué con la cabeza, él hizo un puchero. – Hide… de verdad me gustaría ayudarte… - volví a negar, quería decirle que no perdiera el tiempo conmigo. – Está bien, está bien… pero tienes que saber que puedes contar conmigo y si no quieres decirme qué es lo que pasa, de todas formas puedes tenerme como una compañía ruidosa y molesta… - sus ojos apenados parecían insistir con la excavación en mi cabeza, parecían tener un letrero de “buscando pistas para saber qué te pasa”. Sus sinceros ojos lo delataban, y por más que quisiera no parecer insistente, ellos denotaban todo su interés por querer saber.

Tomé la libreta tratando de evitar mirarlo de reojo pero no lo logré, vi su esperanza cuando comencé a escribir.

“Huele a ramen” -  le mostré. Pareció notablemente decepcionado.

-       Ah… fue lo que cociné – respondió algo confundido. Yo sabía que era un cambio brusco de tema, pero si no quería comenzar a llorar en frente de él debía sepultar momentáneamente la angustia y el asco. Volví a escribir.

“Pensé que saldríamos a comer fuera”

-       Cierto, si… recordé que en eso quedamos cuando terminé de cocinar. Pero creo que no te decepcionaré con el ramen. – su voz sonó orgullosa.

“No te preocupes, me encanta el ramen”, escribí. Lo miré e intenté sonreír mientras le mostraba la libreta, sus ojos parecían perdidos. Rogué en mi mente que lo dejara ir, entonces escribí nuevamente:

“¿Vamos a comer?”

Él asintió de inmediato, me puse de pie y pasé por delante de él ignorando su mirada penetrante. De pronto un par de brazos me rodearon con fuerza desde mi espalda. Me quedé quieto, sin saber cómo reaccionar. Iba a girarme para intentar entender qué pasaba pero entonces él susurro despacio con tono suave:

-       Te dejaré solo para que te cambies de ropa porque estás bañado en sudor… - asentí nervioso. ¿Por qué me abrazaba? Mis manos picaban demasiado y la posición no me permitía rascarlas, quería preguntarle qué pasaba, por qué me tocaba, por qué me hablaba con aquel tono dulce… Y si… con tocarme sentía la sensación bonita que sentía yo mientras sus brazos me rodeaban. El corazón se me escaparía por la boca y yo seguía sin entender nada. Luego me soltó permitiéndome girar rápidamente para mirarlo y obtener respuestas - No pensé que tus ojos pudieran ponerse más grandes… que roja está tu cara – comentó con libertad como si no hubiera hecho nada. Me toqué las mejillas para corroborar lo que decía,  efectivamente estaban calientes y probablemente rojas. Mierda. Miré al suelo unos segundos y luego lo volví a mirar, su rostro estaba afectado incluso más que el mío, parecía buscar palabras en el aire – Esto… te esperaré en la cocina. No tardes. – dijo tan rápido que casi no le entendí. Pasó fugazmente por mi lado y salió cerrando la puerta con algo de fuerza detrás de él, luego escuché sus pasos bajar las escaleras y solo entonces, estando seguro de estar solo, solté todo el aire que contenía desde que me había abrazado.

“¿Qué le pasa? ¿Qué me pasa?” se repetía en mi mente, mi corazón latía demasiado rápido y mis manos aún temblaban.  La idea en mi mente se revolvía con las sensaciones experimentadas en aquel abrazo, era demasiado obvio aunque difícil de admitir, pero no podía negármelo a mí mismo. Las palabras en mi mente sonaron como si las hubiera pronunciado.

“Me gusta Sakura… me gusta mucho…”

Sentí ganas de llorar.

¿Por qué de pronto me sentía más solo de lo normal? No me gusta experimentar sentimientos nuevos, todo lo intenso me consume.

Me vestí sintiéndome inseguro, quise saber qué pensaba Sakura de mí y quise saber muchas más cosas de él, cosas que esperaba poder averiguarlas con el tiempo. Incluso me convencí de que quizás, también lograría verlo como un amigo mientras más lo conociera… o eso esperaba.

Me jalé el cabello en un intento de quitar los pensamientos de mi cabeza, estaba incómodo conmigo mismo. Mientras me vestía eligiendo la ropa cuidadosamente me percaté de cuánto quería gustarle yo a él… pero me creí incapaz de lograrlo si quiera un poco. Desenredé mi cabello pensando en eso. Jamás alguien había tenido esos sentimientos hacia mí, el único interés que solían mostrar era cuando necesitaban de un favor o de mi ayuda para algo, pero nadie preguntaba ni intentaba entender, solo se alejaban. Siempre se alejaban.

Bajé hacia la cocina auto convencido de que debía dejar de engañarme a mí mismo. Por la personalidad que veía en Sakura, no me parecía que tuviera gusto por los hombres, incluso para mi mismo era un idea totalmente nueva. Simplemente estaba siendo amigable con quien parecía necesitar ayuda.

“Tal vez hasta lástima le causé”. Pensamientos como aquel se paseaban por mi cabeza mientras caminaba hasta la cocina con la libreta en la mano.

Mi cabeza se silenció cuando lo vi.

“Reconfortante. La presencia de Sakura es reconfortante”, me dije.

-       Siéntate, lo apagué hace unos 10 minutos pero aún está bien caliente. -  Sirvió ambos platillos y moviéndose con total comodidad por mi cocina. Agregó un poco de verduras salteadas en un platillo que colocó en medio de los dos cuando nos sentamos – Come, come – me motivó. Sonreí por lo animado que se veía.

Probé la comida con cierta duda pero me sorprendí a mi mismo cerrando los ojos mientras disfrutaba. El caldo estaba exquisito y la carne en el punto exacto.

-       ¿Esa expresión quiere decir que te gusta? – preguntó, yo asentí – muy bien, al ataque entonces. – comenzó a comer casi con la misma rapidez que comía yo. El silencio de mi casa hizo que escucháramos los sonidos mientras masticábamos, aquello me parecía divertido, hacía tanto ruido como yo y comía casi igual de rápido. – Hum – movió su mano como apuntándome para avisar que hablaría pero tardó unos segundos ya que su boca estaba llena – Mañana debemos comprar cosas para cocinar, tienes muy poca variedad de vegetales y bueno, te aviso que es la parte de los gastos con la que quiero cooperar ya que pretendo ser quien cocine. ¿Estarías de acuerdo con eso? – asentí de inmediato. Yo solo sabía cocinar fideos y odiaba hacerlo. – Bien – sonrió y continuó comiendo.

Luego de tal vez diez minutos nos acabamos todo. Ambos parecíamos bastante hambrientos por la rapidez con la que comimos, yo me sentía satisfecho físicamente por el gran plato que comí y mentalmente porque él se veía cómodo a pesar de que el silencio se propagó por el resto de la cena.

Tomé la libreta cuando dejó su platillo vació triunfal sobre la mesa.

“Me gusta como cocinas” intentando darle de qué hablar, me gustaba escuchar su voz y cada palabra que decía me permitía saber un poco más de él.

-       Cocino desde pequeño. Mamá siempre estaba ocupada y mi hermana odiaba cocinar, así que aprendí por supervivencia para que pudiéramos cenar a buena hora… Mamá llegaba a veces al anochecer.

“¿Trabajaba?”.

-       No, solo tenía buena vida social – cada vez que hablaba de su mamá su voz se llenaba de cariño. Sentí una punzada de anhelo,  quería que alguna vez alguien hablara así de mí. – Mi padre… es un budista empedernido y se ha pasado la vida en un templo cercano a nuestra casa. Allí medita, reza… allí vive prácticamente.
Lo miré con curiosidad.

-       Pregunta con confianza.

Sonreí, leía acertadamente mis ojos.

“Tu casa es enorme. ¿Tu papá tiene un buen trabajo?”

Sonrió con mi pregunta, parecía divertido.

-       Mis padres… pertenecen a familias con una buena “situación” económica. Papá administra varios bienes, los propios y los de mi madre, es por eso que él se puede dar lujos como pasar toda una semana meditando en el templo… - se calló unos segundos con un gesto pensativo, luego agregó con aquella voz suave que usa cuando habla del corazón – Cuando era pequeño me llevaba allí, intentaba hacerme meditar pero se me dormían las piernas después de unos minutos… Mamá se quejaba porque me llevaba todo el día con él en vez de dejarme jugar, pero él siempre insistió conmigo hasta incluso mi adolescencia, quería que tuviéramos algo en común. No lo logró, para colmo a medida que crecí noté muchas carencias que tenía como padre y esposo. Mamá se quedaba sola haciéndose cargo de todo mientras él no pensaba en nada más que su crecimiento espiritual, aunque ella jamás reprochó nada. Yo si lo hice y tras aquella vez perdió las esperanzas en lograr una relación conmigo… desde entonces hablamos muy poco.

Lo miré sin saber que decir.

-       No abras tanto los ojos Hide, hasta parece que duele la forma en que lo haces.

Inflé una mejilla aparentando molestia por su comentario y anoté en mi libreta:
“Son así.”

Rió soltando un suspiro.

-       ¿Puedo preguntar yo algo? – asentí sin pensar. Sus ojos parecieron dudar, entonces sonrió apenado – No debes contestar si no quieres, solo… me gustaría saber sobre tus padres… - Oh. – Yo te he hablado bastante de los míos ya… ¿Qué hay de los tuyos?

Mierda, terreno difícil para una conversación convencional.

Decidí rozar la verdad y escribí con un pequeño temblor en la mano derecha.

“Mamá vive a unas calles de aquí. Es bonita y cariñosa, voy a comer con ella los días miércoles”, leyó con una expresión que no pude descifrar. Sentí que no me creía.

-       ¿Te pareces a tu madre? – preguntó con la misma expresión extraña. Me sentí incómodo, pero insistí en mi media verdad.

“No, ella es bonita y tranquila, nunca se altera con nada”, unió sus labios en un puchero cuando lo leyó.

-       Pero tú también eres bonito y tranquilo, aunque aún no te conozco demasiado para opinar sobre lo otro… - Mi mente se quedó en lo primero que dijo. ¿“Bonito”? ¿Había dicho “bonito”?, comencé a sentir el calor subir a mi cara cuando él se puso de pie y retiró los platillos rápidamente – Lavaré esto para que salgamos pronto a beber unas cervezas – lo miré curioso por su comportamiento un poco agresivo luego de aquellas palabras, pero hubo un leve segundo en que se giró hacia mí ligeramente y casi estuve seguro de haber visto rubor en sus mejillas.



Me puse un suéter con capucha y amarré mi cabello, cuando lo llevaba suelto era mucho más fácil que me confundieran con una chica y a veces desconocidos intentaban propasarse, así que optaba por amarrarlo y usar ropa ancha, ropa que usualmente no usaban las mujeres. Escuché a Sakura tomar un baño y entrar en su habitación. Noté lo que había comentado sobre el ruido porque había escuchado al menos dos cosas romperse en solo quince minutos. También lo oí hablando con Samurái sobre su barriguita esponjosa; “eres un gato mimado”, le decía.

Bajé antes cerrando toda la casa para que Samurái no pudiera salir, no me gustaba que saliera de casa, temía porque algún vecino lo lastimara o un auto lo arrollara, además era muy esponjoso y gordito. Correr del peligro no parecía ser una habilidad para él.

-       ¿Ya estás listo? – bajó. Se había arreglado bastante, olía perfume y a limpio, su cabello se veía sedoso también, me dieron ganas de acariciarlo pero por motivos obvios me contuve.

Salimos de casa, yo llevaba mi libreta y un poco de dinero en mi bolsillo. La noche estaba agradable, poco frio, poca humedad, poco calor, aunque si había demasiado de muchas otras cosas pero eso solo ocurría dentro de mí. Pensaba en llevar a Sakura a un bar conocido en donde servían buena comida y había música en vivo. Se suponía que yo debía guiarlo, pero sus piernas largas me llevaban casi trotando junto a él.

-       ¿Haces ejercicio o algún deporte? – preguntó de repente. Lo miré extrañado. ¿Parecía que lo hiciera? Negué con la cabeza evitando colocar una mirada que dijera “no estúpido”, pero él pareció notarlo de todas formas. Rió. – Preguntaba, porque en tan solo quince minutos que llevamos caminando ya pareciera que tendrás un ataque asmático – lo miré con la boca abierta y lo golpeé con suavidad su brazo en un intento de un indignado “¡oye!” que no saldría realmente de mi boca. Lo comprendió y rió más fuerte.

Me gustaba su compañía, me divertía a pesar de que sentía que era muy poco lo que yo podía ofrecerle a su diversión.

Cuando llegamos al bar no alcanzamos a elegir una mesa cuando del final del lugar nos gritan

-       ¡Sakuraaaaa! ¡Hideeee, ahora Hydeeeee! – la voz de Ken-chan se escuchaba en todo el lugar. Sonreí apenado bajando la mirada pero camine hasta él. Mientras tanto Sakura le contestó desde la lejanía de la misma forma.

-       ¡Keeeeen-chaaaaaan! - ambos corrieron a darse un abrazo sobre actuado. Me reí. Desde el inicio era evidente la química entre ellos dos, y me agradaba aunque me diera un poco de celos. Quería ser como Ken y hacer amigos con facilidad.

La mesa estaba llena de conocidos, me senté junto a Sakura y a mi otro lado se encontraba Kiyoharu, un chico con el que habíamos compartido escenario en varias ocasiones. Era agradable aunque su personalidad asustaba en ocasiones, solía decirme cosas solo a mí, tal vez porque sabía que no las iba a repetir, sin embargo era la única persona con quien tenía cierta afinidad fuera de la banda. Al lado de Sakura estaba Ken, conversaron entre los dos y en cuestión de segundos fui el ignorado de la mesa, pero por primera vez no me sentí especialmente mal por eso porque pude observar tranquilamente a Sakura hablar con Ken; sus gestos, su voz y su risa. Llegó un instante en que volteó encontrándose con mi mirada, entonces se sentó un poco más atrás y comenzó a hablar mirándonos tanto a Ken-chan como a mí para no excluirme. Quise decirle que no se preocupara, que yo estaba bien… obsesionado con él desde mi rincón pero bien.

Pidieron varios pack de cervezas y las botellas comenzaron a amontonarse en la mesa, yo bebí solo dos pero no estuve seguro de cuantas bebieron los demás. Cuando vi a Ken y a Sakura tambalearse y apoyarse el uno en el otro para lograr ir al baño fue cuando me di cuenta que no sabría cómo llevarme a Sakura hasta casa.

Kiyoharu me tocó la pierna haciéndome dar un pequeño salto.

-       Oí que traes verde a Oishi – comentó de la nada. Lo miré sorprendido, hasta creo que abrí la boca.  – Tranquilo, se lo escuché decir a él mismo, no creo que alguien más lo sepa. – peinó su cabello liso hacía un lado y se inclinó más cerca de mí – Que no te lave la cabeza Hide, no dejes que te convenza, no necesitas acostarte con él, lo tienes todo para triunfar sin deberle sexo a nadie. – pestañeé varias veces intentando comprender lo que me decía. Giro su silla totalmente hacía mí. – Conozco muchos chicos que se acostaron con él y no cumplió su parte del trato, conozco otros que lo hicieron de forma innecesaria. El poder de ese tipo está en convencer a la gente de que necesitan de eso para que él les dé un empujón… y tal vez en algunos casos sea cierto. Pero créeme, no es el tuyo. – A Kiyoharu le gustaban los hombres, él mismo me lo había confesado, también me había dicho que otros hombres creían que solo por ser homosexual le gustaba el sexo con todos y se habían aprovechado de eso muchas veces… A veces él me contaba cosas que parecía que no se las diría a nadie más. En ocasiones me sentía usado, me contaba y luego se iba, no volvía a hablarme hasta que tuviera algo más que descargar en mí. Pero aún así era el único que me hablaba en esas fiestas.

De pronto lo vi mirar algo muy divertido y volteé a observar que era. Sakura y Ken estaban bailando sobre el escenario mientras una canción algo vergonzosa alegraba la noche. Se quitaron la parte superior de la ropa y saltaron de forma graciosa levantando los pies como haciendo un especie de ritual. Se me escapó una risotada.

-       ­Creo que Ken-chan encontró su media naranja – comento Kiyoharu. Asentí, estaba totalmente de acuerdo.

A las cuatro de la mañana cuando Ken-chan se derrumbó a dormir en la silla y sus amigos se lo llevaron en auto hasta la casa de su novia, Sakura me dijo en un intento de léxico coherente; “¿vamunos?”, pero estaba tan ebrio que no podía caminar, por lo que  Kiyoharu y Hitoki, su guitarrista, me ayudaron cargándolo hasta casa. Caminé delante de ellos para indicarles el camino y como nadie me veía podía irme riendo silenciosamente de las estupideces que soltaba Sakura en el camino.

Cuando llegamos a casa lo dejaron en el sofá y Samurái se subió en él, Sakura lo miró confundido como preguntándose qué ser tan extraño era el que veían sus ojos. Yo quería explotar de la risa solo con su cara. Me preguntaron si podría con él, a lo que asentí, solo quería que se fueran rápido, demasiada gente en casa no me hacía sentir bien.

Cerré toda la casa con seguro y fui hasta la cocina para servirle la comida a Samurái antes de intentar subir a Sakura por las escaleras.

-       ¿Sabes gordito? Podrías ser un buen estofado – lo escuché decirle al gato mientras estaba en la cocina. Di un salto de horror en cuanto lo escuché y corrí a buscar el gato. Me lo encontré mostrándole la pancita a Sakura buscando que le rascara. Quedé impresionado, Samurái no solía darse con aquella confianza a extraños y Sakura prácticamente era un extraño para él…   - Estofado de Samurái con algas y pimientos, estofado de Samurái con fideos y espinacas… estofado…

No dejé que continuara, tomé el gato y me lo llevé hasta la cocina para que comiera, luego apagué las luces y le tendí las manos. Él me miró sin entender.

-       ¿Qué? ¿Quieres jugar a la ronda o qué? – arqueé una ceja. Tomé la libreta para escribir y se la mostré, se inclinó a leer con dificultad. – Vaya… las letras bailan… - entrecerró los ojos y comenzó a intentar adivinar, inflé mis mejillas para aguantarme la risa– Te lavaré… no, no… Te llevaré a… parir. ¿Qué? No, no dice eso… a dormir… Aah… ¿Me llevarás a dormir? – repitió lo último con horror – ¿Me quieres arrebatar la virginidad? – preguntó con un tono más dulce – ¿Tú? – lo miré con algo de incertidumbre, aunque no me causaba risa su mala broma. ¿Había un problema conmigo? – Tan pequeño que eres… - no quise escucharlo más. Tomé sus manos jalándolo hacía mí. De la nada comenzó a cantar una canción infantil a medida que subíamos los escalones, cambiaba la letra, diciendo estupideces sin sentido sobre el número del escalón.  Me costó trabajo subirlo y más aún hacerlo entrar en su habitación, chocamos con los marcos de las puertas y es que él era demasiado grande para entrar sin problemas.

Cayó a la cama como un saco de patatas.

Suspiré, me había agotado subirlo por las escaleras, no era específicamente un peso muerto pero sujetarlo para que no perdiera el equilibrio había usado mucha de mi fuerza usualmente dormida. No encendí la luz ya que un poster de luz de la calle daba justo a su ventana por lo que tenía suficiente visión para acomodarlo. Levanté sus pies y le quité los tenis, luego me incliné a su lado para quitarle con dificultad la casaca.

-       Hum… ¿Es que en serio me vas a quitar la virginidad? – preguntó con una voz divertida.

-       Sssshhh…. – fue el sonido que logré dejar salir para que dejara de decir tonterías que me avergonzaban.

-       Oh, un sonido nuevo de ti. ¿Puedes hacerlo otra vez? – lo miré a los ojos apenado. Repetí sin mirarlo.

-       Ssshhh…. – sentí el calor en las mejillas.

-       Já… adoro cuando eso te sucede – lo miré esperando saber a qué se refería – Al rubor, ni siquiera conozco a una chica que se ruborice tanto como tú. – Sus ojos aún estaban algo desorbitados por el alcohol, sin embargo su voz estaba mucho más clara. Me pregunté si hablaba con ese tono dulce a causa de haber bebido tanto.

Le desabroché la camisa de a poco con los dedos temblorosos, había derramado cerveza en ella y olía fatal.

-       Desnúdame más lento – susurró de repente con la voz entre excitada y divertida. Pare en seco mirándolo molesto, es que él no tenía idea de cómo los nervios me comían mientras intentaba quitarle la ropa para meterlo a la cama. Sus juegos comenzaban a molestarme. – No te enojes - volvió a susurrar con aquel tono dulce – Solo quiero estirar el momento… -- tragué saliva. Pensé seriamente en si ir a mi habitación y solo dejarlo ahí. Entonces con sus manos jaló bruscamente la camisa sacando los botones faltantes y quitándosela en un movimiento torpe. Luego siguió con los pantalones, entonces me enderecé para darle espacio. Solo quería quitarme aquella sensación de ansiedad… terminaría por comerme la piel de las manos que tanto picaba.

Se quedó solo con calzoncillos, se  removió para abrir la cama pero lo ayudé, entonces lo ví unos pocos segundos antes de taparlo… su abdomen marcado me hizo quedarme mirándolo fijamente antes de reaccionar para terminar de arroparlo. Como en modo automático se acomodó de lado plantando la cabeza en la almohada, y fue cuando sentí que me podía ir. Caminé hasta la puerta pero lo escuché eructar, no me aguanté una risa. Él también se rió.

-       Eres un verdadero niño – su voz ronca resonaba en la habitación – Te ríes de las cosas que se reiría un niño - susurró con voz cada vez más apagada. Abrí la puerta pero su voz me detuvo – No, no… quédate – lo miré sin comprender bien – Quédate un poco…  ven – abrió una parte de la cama palpando la zona vacía – Acuéstate aquí – pidió con un puchero en los labios.

“Está ebrio, solo quiere compañía”, pensé. Suspiré.

Si bien quería quitarme la ansiedad, las ganas de poder compartir unos segundos más con él ganaban.

Me quité las botas y el suéter acercándome a la cama.

-       Quítate los pantalones, nadie se acuesta con pantalones hoy en día – lo miré avergonzado. – No te haré nada, solo quiero que estés cómodo. – agregó, y me los quité porque lo vi cerrar los ojos apropósito para no abochornarme. Me solté el cabello y entré en la cama lentamente sintiendo las sábanas frías tocar mi piel. Me acomodé junto a él teniendo cuidado de no tocarlo, pero entonces movió su almohada para que la usáramos los dos acercándose deliberadamente, rozando mis piernas con las suyas y acercando su rostro de frente al mío sin pudor alguno hasta quedar sumamente cerca. Su aliento a cerveza me rozó de inmediato la nariz. Tragué saliva. – Me gusta tu cabello… también cuando intentas darle volumen con rizos - arrastraba las palabras, aún así lo entendía bien – También me gusta como miras, como si  vieras todo por primera vez - me moví para evitar mirarlo acomodándome con la vista hacía el tejado. Rocé mis manos con mis muslos para rascarme sin que lo notara, pero lo toqué sin intención y se dio cuenta – Ya te pican las manos, no entiendo por qué te pones tan nervioso cuando estás conmigo… ya te he dicho que puedes confiar en mí. – De pronto se movió hacía abajo quedando su rostro a la altura de mi pecho, se inclinó apoyándose en mi, pasando uno de sus brazos por debajo del mío hasta dejarlo descansar sobre mi cadera. Lo único en lo que pude pensar en ese instante fue en el sonido agradable de las sábanas mientras él se removía para abrazarme. Se quedó quieto, no dijo ni una sola palabra más. Y yo experimentando el pánico más agradable que había sentido en mi vida, trataba hasta de evitar respirar para que el movimiento no lo molestara.

Los minutos pasaron propagando el silencio, solo entonces quise hacer algo, mis manos picaban tanto de ganas por tocar su cabello como también picaban de nervios. Lentamente moví mi brazo hasta dejarlo caer sobre su cabeza que descansaba en mi pecho  y empuñé suavemente los dedos hasta transformar mi movimiento en una caricia que se repitió varias veces. El sonido de su respiración profunda continuó, y ya estando seguro de que se había dormido no dejé de acariciar su cabello. Me gustaba… era suave, aunque no estaba tan largo como el mío podía tranquilamente desenredarlo con los dedos alejando mis manos  y volviéndolas a acercar a la raíz, se me hizo agradable pero dejé de hacerlo cuando mi mano se cansó. Solo entonces me dio señales de vida.

-       Gracias… - susurró causándome un escalofrío desde la punta de mi nuca hasta los talones de los pies.

“Estaba despierto”, se repitió en mi mente causando estragos en mi.

Me calmé con los minutos de silencio mientras me quedaba inmóvil debajo de su abrazo, concentrándome solo en escucharlo respirar por varios minutos más. No estuve seguro de si me dormí antes que él.