Siempre había tenido esa imagen suya en mi
cabeza.
“-Él es como un gato-
-¿Un gato?-
- Claro. Cuando adoptas un gato todos saben
cómo será; podrás cuidarlo, mimarlo, darle amor y un hogar pero el gato siempre
se irá en algún momento. Un par de horas, un día entero o incluso varios.
Seguro encuentre otros gatos con los que estar y se tope con otros con los que
pelear. Quizá camine solo durante todo ese tiempo, y quizá, posiblemente
encuentre otra persona que momentáneamente le de amor de alguna forma. Pero sabes… al final del día, si en serio te has ganado su
cariño, volverá. Siempre volverá.”
Ken me miró extrañado no entendiendo a qué
me refería y yo no pude evitar sonreír enternecido por la extraña idea. Por la
noche cuando llegué a casa luego de despedirme de él en el bar, mi gato ya no
estaba, el apartamento estaba oscuro y
silencioso.
Encendí la luz del living, las cosas permanecían
tal cual como en la mañana lo que indicaba que no había pasado por aquí en todo
el día. La primera vez que se fue durante tanto tiempo estuve toda la noche sin
poder dormir hasta que lo vi llegar. Recuerdo haberme enojado tanto, al punto
de gritarle por lo preocupado que me tenía.
Pero entonces se repitió más frecuentemente
de lo que me habría gustado.
Se iba, deambulaba, andaba quién sabe por
dónde y a media noche con total cautela se metía silencioso en la cama amaneciendo
dormido a mi lado, tranquilo, como si nada hubiese pasado.
¿Un
gato callejero quizá?
Sin querer pensar tanto en la situación me propuse
preparar algo para cenar:
“-¿Pero no eres alérgico a los gatos?-
-… a veces es doloroso quererlo- reí- Pero
no quita que lo haga- Ken sonrió mirando su cerveza.”
Una vez terminé de cocinar y servirme,
aparté su porción envolviéndola en plástico, supuse volvería hambriento.
Ah… lo extrañaba.
Extrañaba su compañía aunque estuviese
callado, que cada tanto se metiera a la cocina a pispiar si la cena ya estaba o
tan solo a reclamar cariño, verlo comer con gusto… Me fui a dormir sin siquiera lavar los cubiertos.
Aunque pudiese lucir apagado o triste, nada
estaba más lejos de ello.
Sí extrañaba su compañía y sí, por
momentos, deseaba que pasara más tiempo a mi lado. Pero no, él no me hacía infeliz.
Fue el paso del tiempo el que me llevó a
comprender, que después de todo, yo ya me había ganado un lugar en su vida. Ya
había logrado amansar al gato callejero. Logré que confiara en mí, que se
sintiera cómodo, hacer de este lugar su “hogar”. Por ende no importaba cuánto
me molestara por lo tarde que llegara, que me preocupara por si volvía con
indicios de haberse peleado, o me pusiese celoso de con quién hubiese estado;
ese era su estilo de vida.
Y yo…:
-Ah...- me exalté al sentir la cama ceder y
el frío de su cuerpo.
-Lo siento, no quise despertarte- me di la
vuelta sonriéndole adormilado.
-Está bien, ¿comiste?- asintió metiéndose
en la cama junto a mí, abrazándome.
-Descansa entonces- besé su frente.
Me hacía feliz.
-Te quiero-