Ser el gato bonito
del lugar no era tarea fácil, en ocasiones hasta mis propias bolas de pelo
intentaban estrangularme. Pero nada sabía de eso el gato más grande, porque no
tenía pelo.
En casa solíamos ser
dos, además de mí, compartía mi hogar con Gatito Feo. Él era silencioso aunque
amigable, variaba mis comidas y leía las etiquetas con cuidado. A veces
cocinaba para mí. Tampoco se enfadaba cuando yo decidía que hacer popo en su
habitación era más entretenido que ir hasta mi caja de arena, y además él lo
limpiaba todo.
Gatito Feo tenía
habilidades que yo no, era grande y sus patas podían abrir los tarros de
comida, las mías no. Pero yo tenía algo que él no: pelo. Él casi no tenía pelo,
y aún así, yo me preocupaba de asearlo todos los días. Lo acicalaba con mi
lengua ya que él muy descuidado no lo hacía. Aunque yo fuera el gato bonito y
por ello gozaba de privilegios, eso no quería decir que yo no quería a Gatito Feo,
al contrario, intentaba cuidarlo como él me cuidaba a mí.
Gatito Feo me
encontró de bebé, desde entonces me alimentó y me cuidó, también jugaba
conmigo. Vivíamos solos y nos teníamos él uno al otro, pero por supuesto no siempre
quería a mi Gatito feo. A veces me intentaba ahogar en la tina y restregaba
espuma sobre mi cuerpo, otras me llevaba de paseo donde un torturador de gatos
que me clavaba grandes agujas o me tocaba todo mi cuerpecito sin que yo le
diera permiso.
Me enojaba muchos
días con Gatito Feo después de eso.
Gatito Feo a veces
llevaba otros gatitos feos a casa, ellos tampoco se acicalaban así que yo me
alejaba de ellos, sobre todo cuando intentaban con sus patas sucias tocar mi
bello pelaje, incluso hasta los mordía, pero entonces Gatito Feo se molestaba y
me encerraba en una habitación donde por venganza yo hacía popo en todos lados.
Todo marchaba normal
en nuestras vidas hasta que un día Gatito feo trajo consigo otro gato feo.
Gatito Feo Dos era mucho más alto que Gatito Feo Uno, tenía el pelo color negro
y también tenía un poco más de pelo que Gatito Feo Uno, sin embargo tampoco era
suficiente ni lo acicalaba. Comenzaba a creer que ser feos y sucios era una
raza en particular. Gatito Feo Dos era más ruidoso que Gatito Feo Uno. Me hablaba,
solo que en un idioma que yo no entendía, pero me hablaba mucho. Yo intentaba
responderle para que no se ofendiera aunque no estaba seguro de si me entendía.
Cosas extrañas
comenzaron a suceder cuando Gatito Feo Dos comenzó a vivir en mi casa. Gatito
Feo Uno comenzó a ausentarse y si no hubiera sido por el hecho de que Gatito Feo
Dos me alimentaba con sus hábiles patas abre latas, yo me hubiera enfadado mucho
con él por ser más amigo de Gatito Feo Uno que yo. Notaba que Gatito Feo Uno lo
miraba extraño, a veces su piel sin pelo se colocaba de un color rojo muy
extraño, como si se estuviera muriendo, luego noté que le pasaba seguido cuando
Gatito Feo Dos estaba cerca de él.
Gatito Feo Dos llegó
a usar mi habitación, pero no me molestaba mucho porque de todas formas entraba
a jugar allí y me metía dentro de su maleta con ropa sin que él se enterara. El
primer día que se quedó en casa jugué con su cabello y mordí sus pies mientras
dormía, arrugaba el feo hocico, pero tampoco se molestaba. Entonces igual que a
Gatito Feo Uno, lo bauticé como mi servidor.
Ambos comenzaron a
dormir en mi cama, y como no tenían pelo necesitaban cubrirse con pieles
falsas. Yo por el contrario dormía sobre ellos. Como los dos eran calientitos,
estaba a gusto durmiendo con ellos, y si me daba frio solo debía meterme bajo
sus pieles falsas. Al segundo día Gatito Feo Uno no podía dormirse, su piel
estaba roja y calientita, por lo que me puse cerca de su rostro para entrar en
calor y él se durmió. Dormí con ellos un par de horas, pero Gatito Feo Dos
despertó y se levantó en medio de la madrugada. Cuando salió de la habitación
decidí ir con él por si es que iba a la cocina, tal vez conseguiría un poco de
comida de las ricas latas.
Observó a Gatito Feo
Uno por largos minutos antes de salir de la habitación conmigo rodeándole las
patas sin pelo. Iba contento bajando las escaleras con él cuando de pronto se
detuvo y se sentó en ellas, lo miré a la espera de que me llevara hasta la
cocina.
- Miau – le dije para que moviera su
cuerpo despelucado y me diera comida.
- Ay Samurai… ¿Qué estoy haciendo? – lo
miré confundido, Gatito Feo Dos siempre hablaba en ese idioma desagradable en
donde elevaba el tono como esperando que yo respondiera, y me sentía obligado a
hacerlo para que no se ofendiera.
- Miau. - ¿Contento?
- Le dije que me gustaba… - por un
minuto se miró las patas delanteras sin pelo.
“Si… Gatito Feo, sé
que son feas, pero tranquilo, que yo de todas formas los quiero a los dos.”
- No sé qué sucederá ahora… detesto
como me estoy sintiendo.
Sus ojos pequeños de
gato feo estaban un poco llorosos, como cuando yo me enfermaba.
“Te enfermas por
sucio”, caminé hasta él y le lavé las manos, a ver si así se sentía un poco
mejor.
- Oh, ¿Gracias?…
- Miau – le respondí cuando nuevamente
usaba ese tono esperando una respuesta.
Gato Feo levantó su
otra mano para acariciarme mientras lo lavaba, aproveché de lavarle esa
también.
- Que tierno eres peludo… Ven, te daré
un poco de comida.
De pronto Gatito Feo
Dos se puso de pie y caminó hasta la cocina.
“Perfecto”, pensé
mientras lo veía abrir mi latita.
- Nunca pensé que tener un gato fuera
tan reconfortante… ni muchos menos que terminaría desahogándome con uno.
Comencé a comer en
cuanto dejó mi platito a mi altura.
Gatito Feo Dos, al
igual que Gatito Feo Uno, me cuidaban, y yo también cuidaría de ellos.