Desperté porque el estar cubierto con las
sábanas y la temperatura del día poco a poco me estaban asfixiando. Corrí un
poco los acolchados sin llegar a destaparme y aún adormilado observé con los
ojos entrecerrados la pared azul frente a mí. La puerta de la habitación se
encontraba abierta y, tras ella, la de la calle, dejando que la luz del sol
entrara dándome de lleno en la cara. Miré hacia el otro lado evitándola, chocándome
con la otra pared a mi lado también completamente azul…
Debía ser de tarde seguro.
Pensé en que quizá él aún no se había ido,
por lo que entonces sin dudarlo, decidí quedarme un rato más ahí tirado; era lo
último que quería ver. Y tras ese pensamiento recordé el momento en que me fui
a dormir por la mañana.
Como
la caja azul es libre de paso para todos bajo el mismo techo, más de la mitad
de los habitantes allí fueron y vinieron en tanto yo intentaba dormir.
Discutían y se gritaban los unos a los otros, lloraban, golpeaban cosas, se
insultaban… todo mientras yo intentaba conciliar el sueño aún. Tuve un ligero
impulso de ponerme de pie e ir a gritarles unas cuantas groserías en pos de alivianar
mi molestia, pero sabiendo que no conseguiría nada más que avivar la causa, me acomodé…
y me dormí.
Haciendo memoria en ese instante el sueño
volvía cada tanto. Cerraba los ojos cinco minutos, los abría otros diez, me
volvía a dormir y el calor me volvía a despertar. Inclusive otras dos horas
pasaron hasta que el calor realmente se hizo insoportable empujándome fuera de
la cama.
El ambiente estaba tranquilo.
La tarde transcurrió tan rápidamente que
pareció ni hubiese ocurrido… como todos los días de los últimos meses.
Hablando con uno de ellos sobre el suceso
matutino llegué a una lamentable conclusión; que tristemente era más lamentable
por lo imposible que por su naturaleza. Hablamos sobre nuestros enojos, fantaseamos
al respecto, nos reímos y respiramos un poco del aire que ahora había en la
calle intentando refrescar nuestras mentes.
Hasta que volvimos.
Sabiendo perfectamente que mañana todo volvería
a ser igual, porque llevamos más de dos décadas esperando que algo ocurra y ese
algo nunca llega.
Nuevamente odié la caja de paredes azules.
Odié todo en ella excepto ese único rincón
de la mesa junto al televisor que me permite sentirme encajado en el mundo.
Donde puedo hacer y deshacer a gusto. Donde todo es perfecto… Hasta que él
llega.
Y a pesar de que se lo he dicho muchas
veces parece que no lo entiende. No entiende cuando lo ignoro, cuando lo miro
con asco o le escupo las palabras con odio. Porque vive en su propio mundo
donde todos somos menos y debemos tratarlo como no merecería jamás en esta
vida, ni en otra. No entiende cuando lo echan, cuando lo abandonan, cuando lo
insultan y lo odian.
Insiste.
Y ya casi no tengo voluntad para
enfrentarlo.
Me quedé sin voluntad para enfrentar nada
que se me ponga adelante. Quizá porque nada me importa, o porque sé cómo va
terminar todo y lo encuentro innecesario.
Este último tiempo me he estado cayendo
solo. Aunque más tengo el presentimiento de haberme caído hace tiempo y no
haberme vuelto a levantar.
Es estúpido… siempre el malestar lo
encuentro estúpido.
Lo minimizo.
Le resto importancia.
Muero de rabia por dentro un instante y
luego me auto-convenzo de que soy tonto, porque me hace sentir menos.
¿Cuánto sufrimiento es el que te otorga el
derecho a sentirte mal?
¿Cuán grave debe ser?
Antes era solo la caja, ahora ya no importa
si estoy o no en ella. El agror persiste.
Lo siento cuando cualquier palabra mal
puesta me enoja. Cuando la ganas de divagar en pensamientos propios son más
grandes que las de compartir con afectos. Cuando despierto y no hay planes que valgan.
Cuando planifico a futuro y solo pienso; “¿y luego qué?”.
El presente me sabe a poco. Pero más me
preocupa no estar interesado en el futuro.
Aún creo que en algún momento cesará. Que
de alguna forma el camino reaparecerá. Las personas van a volver a estar bien,
las metas personales, las amistades, los amores, los lugares…
En tanto por hoy solo resta dar tiempo al
tiempo.