Como si el mundo se hubiese derrumbado en mi
espalda, esa madrugada al llegar al departamento mi cuerpo se dejó morir sobre
el sofá del living. Casi literalmente se dejó morir, porque sin haber probado
bocado en toda la maldita noche y odiar estar con la luz apagada especialmente
encontrándome solo, jamás, en ningún segundo se me cruzó por la cabeza ponerme
de pie en pos de hacer algo por mi supervivencia.
No importaba. Si el mundo decidía acabarse en
ese mismo instante tampoco importaba.
Con la cabeza en las nubes me mantuve embobado
observando la poca luz que entraba por el ventanal:
-¿Y ahora qué?- me pregunté.
Le pregunté.
Si bien no estaba allí, en mi mente, en aquel
divague buscaba urgentemente poder hablarle.
Contrariamente al silencio sepulcral del
ambiente mi cabeza parecía haber quedado en aquella fiesta; las voces de las
personas hacían eco, la música me aturdía y por sobre todo… su risa había
quedado grabada en mí.
La risa de ella, quien ahora compartiría su
vida con él “hasta que la muerte los separe”.
¿Por qué no podía esa persona ser yo? ¿Y mis
sentimientos? ¿Todo el tiempo pasado juntos sería en vano? ¿Así de indiferente
podría serme? ¿Qué hago yo ahora con las palabras, las promesas, las canciones,
los recuerdos?
¿Qué hago con todas estas preguntas que, parece,
eternamente quedarán flotando en mi mente sin respuesta?
No quería llorar. Estaba cansado de derramar
lágrimas por una causa injusta y un amor que no volvería a ser porque su tiempo
había expirado.
Entonces fugazmente recordé las palabras de
Ken días antes del dichoso momento; “¿De verdad asistirás? Admiro tu valentía.”
Valentía, ¿cuántos estúpidos habrían hecho lo
mismo? Entenderse capaces de cerrar voluntariamente una etapa de su vida de manera
brusca, dolorosa pero “efectiva”, y entonces, cuando creen tener el momento de
frente para poner el punto final a la historia… lo único que logran es darse
cuenta de cuán lejos están de ello. Casi sin querer uno mismo comienza a inventarse
secuelas, segundas partes y toda esa clase de prolongaciones que no son más que
una simple excusa justificando una única razón; el miedo.
Miedo a no saber si conseguirá empezar otra
historia, y aún peor, si esta podrá superar la anterior.
Me atormentaba siquiera especular con ello.
Habiendo dejado transcurrir un total de tres
largos y tortuosos años en los cuales firme, rotundamente me negué a enamorarme
o pensar tan solo en estar con alguien más, un día él volvió. Y no volvió solo.
Su persona volvió acompañada de una hermosa
mujer probablemente más joven que ambos, carismática, dulce, que lo hacía reír
y por sobre todo que a leguas se notaba enamorada, quizá tanto como yo aún lo
estaba. Con una luz y personalidad hirientes, humillantes, ganándose casi de
inmediato mi desprecio absoluto sin motivo alguno pues no era su culpa.
¿De quién era la culpa?
Todos teníamos nuestros motivos y
justificaciones para cada uno de nuestros actos. Entonces, ¿de quién era la
culpa?
¿Suya por tener miedo a herirme? ¿Mía por no haber
desistido? ¿De ella por enamorarse? ¿De ambos por creer que alejándonos nos
protegíamos?
Suspiré:
-¿Cuánto más Hideto? Cuánto más…- mascullé
para mí mismo cerrando los ojos. Estos ojos aburridos de ver cosas que no
querían, colmados por la triste realidad.
Y aún
así… deseaba su felicidad más que la de cualquier otro ser en el universo.
Deseaba que ella le diese la felicidad que yo ya no podría.
Devuelto al contexto de forma tosca gracias al
ruidoso timbre del móvil de un salto abandoné mi posición en el sofá. Todo mi
interior se removió conmocionado:
“Ken-chan me dijo que te fuiste temprano, solo
quería saber si llegaste bien. Gracias por venir, de verdad lo aprecio mucho.
Buenas noches, Hide.”
Sakura.
Tantas veces me quise auto-convencer de que si
él estaba bien eventualmente también lo estaría. Que si él era feliz
eventualmente yo lo sería. De que si él podía volver a enamorarse eventualmente
también lo haría… Hasta esta misma noche, donde entendí que no importa cuantos
días, cuantos años, cuantos amores ni cuantas preguntas haya entre nosotros o
de qué forma intente tapar el vacío. No importa. Porque no se pueden llenar agujeros
con otras formas, y cuando alguien importante se va de tu vida no puedes llenar
ese agujero con otras personas, entonces lo único que queda es orar para que algún
día, solo algún día, decida volver y llenar el vacío.