viernes, 17 de marzo de 2017

Pieces:

Como si el mundo se hubiese derrumbado en mi espalda, esa madrugada al llegar al departamento mi cuerpo se dejó morir sobre el sofá del living. Casi literalmente se dejó morir, porque sin haber probado bocado en toda la maldita noche y odiar estar con la luz apagada especialmente encontrándome solo, jamás, en ningún segundo se me cruzó por la cabeza ponerme de pie en pos de hacer algo por mi supervivencia.

No importaba. Si el mundo decidía acabarse en ese mismo instante tampoco importaba.
Con la cabeza en las nubes me mantuve embobado observando la poca luz que entraba por el ventanal:

-¿Y ahora qué?- me pregunté.

Le pregunté.

Si bien no estaba allí, en mi mente, en aquel divague buscaba urgentemente poder hablarle.
Contrariamente al silencio sepulcral del ambiente mi cabeza parecía haber quedado en aquella fiesta; las voces de las personas hacían eco, la música me aturdía y por sobre todo… su risa había quedado grabada en mí.

La risa de ella, quien ahora compartiría su vida con él “hasta que la muerte los separe”.

¿Por qué no podía esa persona ser yo? ¿Y mis sentimientos? ¿Todo el tiempo pasado juntos sería en vano? ¿Así de indiferente podría serme? ¿Qué hago yo ahora con las palabras, las promesas, las canciones, los recuerdos?

¿Qué hago con todas estas preguntas que, parece, eternamente quedarán flotando en mi mente sin respuesta?

No quería llorar. Estaba cansado de derramar lágrimas por una causa injusta y un amor que no volvería a ser porque su tiempo había expirado.

Entonces fugazmente recordé las palabras de Ken días antes del dichoso momento; “¿De verdad asistirás? Admiro tu valentía.”

Valentía, ¿cuántos estúpidos habrían hecho lo mismo? Entenderse capaces de cerrar voluntariamente una etapa de su vida de manera brusca, dolorosa pero “efectiva”, y entonces, cuando creen tener el momento de frente para poner el punto final a la historia… lo único que logran es darse cuenta de cuán lejos están de ello. Casi sin querer uno mismo comienza a inventarse secuelas, segundas partes y toda esa clase de prolongaciones que no son más que una simple excusa justificando una única razón; el miedo.

Miedo a no saber si conseguirá empezar otra historia, y aún peor, si esta podrá superar la anterior.

Me atormentaba siquiera especular con ello.

Habiendo dejado transcurrir un total de tres largos y tortuosos años en los cuales firme, rotundamente me negué a enamorarme o pensar tan solo en estar con alguien más, un día él volvió. Y no volvió solo.

Su persona volvió acompañada de una hermosa mujer probablemente más joven que ambos, carismática, dulce, que lo hacía reír y por sobre todo que a leguas se notaba enamorada, quizá tanto como yo aún lo estaba. Con una luz y personalidad hirientes, humillantes, ganándose casi de inmediato mi desprecio absoluto sin motivo alguno pues no era su culpa.

¿De quién era la culpa?

Todos teníamos nuestros motivos y justificaciones para cada uno de nuestros actos. Entonces, ¿de quién era la culpa?

¿Suya por tener miedo a herirme? ¿Mía por no haber desistido? ¿De ella por enamorarse? ¿De ambos por creer que alejándonos nos protegíamos?

Suspiré:

-¿Cuánto más Hideto? Cuánto más…- mascullé para mí mismo cerrando los ojos. Estos ojos aburridos de ver cosas que no querían, colmados por la triste realidad.

Y aún así… deseaba su felicidad más que la de cualquier otro ser en el universo. Deseaba que ella le diese la felicidad que yo ya no podría.

Devuelto al contexto de forma tosca gracias al ruidoso timbre del móvil de un salto abandoné mi posición en el sofá. Todo mi interior se removió conmocionado:

“Ken-chan me dijo que te fuiste temprano, solo quería saber si llegaste bien. Gracias por venir, de verdad lo aprecio mucho. Buenas noches, Hide.”

Sakura.

Tantas veces me quise auto-convencer de que si él estaba bien eventualmente también lo estaría. Que si él era feliz eventualmente yo lo sería. De que si él podía volver a enamorarse eventualmente también lo haría… Hasta esta misma noche, donde entendí que no importa cuantos días, cuantos años, cuantos amores ni cuantas preguntas haya entre nosotros o de qué forma intente tapar el vacío. No importa. Porque no se pueden llenar agujeros con otras formas, y cuando alguien importante se va de tu vida no puedes llenar ese agujero con otras personas, entonces lo único que queda es orar para que algún día, solo algún día, decida volver y llenar el vacío.