El sol está alto. Es una tarde de verano
espesa y nebulosa en Tokyo, y nosotros dos seguimos en la cama juntos. “Me
derrito”, gimió estirando su cuerpo para quedar sobre su estómago, la sábana
sobre la cama poco a poco se fue despegando de su piel pegajosa mientras se
movía. Él cambia constantemente; me dijo que, con este calor, temía que el
tinte rojo de su cabello se desangrara en mis sábanas si se quedaba acostado
durante mucho tiempo. Como si me importara que eso ocurriese. La cama está lo
suficientemente sucia ya; una pequeña mancha de colorante químico difícilmente
haría la diferencia.
Quiero besarlo en los labios pero su rostro
está enterrado en el colchón y estoy muy aletargado para cambiar eso. En cambio
dejo un beso endeble en su nuca, luego bajo a su oreja mientras mis manos se
escurren entre su cabello corto para tener un mejor acceso a él. Puedo sentir
el sabor salado de su sudor acumulado en las raíces. Mis labios persisten.
Estoy muy agotado para alejarme.
Es mi mejor amigo, y mi amante. Me dijo que
quería saber todo lo que pudiese sobre mí, que yo era su experimento, su
espécimen de estudio. No tengo problema con eso; soy suyo para que me manosee y
pinche si eso lo hace feliz, siempre quise tenerlo más cerca.
Él volvió rodando y me encontré a mí mismo
recostado sobre su pecho. Es pequeño y flaco pero robusto. Me siento cómodo de
esta forma, con mi cabeza sobre su corazón. Es solo un momento antes de que sus
manos se paseen por mi espalda, trazando patrones vagos sobre mi espina dorsal.
“Vamos de nuevo”, dijo. Levanté la mirada
hacia él, con mi mentón en sus costillas, veo sus ojos cerrados y con una
sonrisa.
“¿Ahora?”, apenas suelto la pregunta él ya
está apoyado sobre sus codos con los ojos bien abiertos y la sonrisa suavizada.
No necesito más estímulo. Mientras intenta sentarse yo trepo sobre él,
agarrando sobre la cómoda junto a nosotros la cuchara, la correa de goma y la
sucia bolsita apoyada sobre la superficie lacada. La jeringa espera
pacientemente, sola, hasta que estemos listos.
Quiso sentarse en mi regazo mientras hacía
los preparativos, por lo que tuve que inclinarme sobre su hombro para ver mis
propios cuidados. Su cabello me hizo cosquillas cuando se tiró hacia atrás para
verme, olvidé por un momento lo que estaba haciendo y simplemente me quedé
mirando. Después de todo este tiempo, nunca me he cansado de verlo.
Hemos comenzado a compartir agujas, es su
forma de ser más íntimo conmigo, de mostrarme su amor y su confianza. Nos gusta
hacerlo al mismo tiempo compartiendo lo poco que he comprado. Estamos unidos
por la sangre ahora. Me sorprendió que estuviese dispuesto a hacerlo en un
principio; es peligroso, muy peligroso. Ha sido tan cuidadoso con todo lo demás
entre nosotros… él siempre ha insistido en usar condón. Bueno, lo hacía. Hemos
dejado de usarlos hace algunas semanas. ¿Cuál es el punto ahora?
Colapsé sobre él de nuevo, una recreación
de la escena de hace un rato. Esta vez, sin embargo, siento que estoy flotando
sobre él, así como estoy seguro de que él apenas puede sentirme por encima
suyo. Como si no nos estuviésemos tocando. Todos mis sentidos están en alerta;
cada sonido es un eco, cada segundo que pasa se siente el doble de su duración
real, pero al mismo tiempo todo se amortigua. Estoy sumergido en agua, sin
aliento, envuelto. Su pecho sube y baja, respiración superficial, un breve
suspiro, un breve suspiro una y otra vez contra mi largo, abrumador trago de
oxígeno. En mi estado confuso nuestras respiraciones son todo en lo que puedo
concentrarme, nuestras respiraciones y las pequeñas partículas de polvo
flotando a través de los rayos de luz cálidos que entran por la ventana. Miro
fijamente a la ventana, estupefacto, por no sé cuánto tiempo.
Sus piernas delgadas se dibujan por encima
de las mías, entrelazándolas, apresándome contra él. Una mano húmeda acaricia
el lado de mi cara; la presiono instintivamente. Hay un poco de sangre
manchando sus manos, él limpió las gotas de sangre en mi brazo que escaparon de
mi vena y se siente frío sobre mi piel.
“¿Quieres hacerme el amor?”, susurró.
Él es hermoso de esta forma. No hay luces
brillantes para suavizar sus rasgos, no hay retoques digitales para suavizar su
piel, nada de maquillaje o modestia ni sonrisas escenificadas. Solo está él,
como es. Me gusta la piel agrietada de sus labios, la cicatriz que recorre su
cuello, sus ojos profundos e irregulares. Me gusta su delgada clavícula y sus
dedos cortos, su piel traslúcida, su delgada cintura. Me gustan muchas cosas de
él. Y me gusta la forma en que todo se ve cuando él está drogado como ahora.
Tal vez debiera sentirme mal por esto. Me siento mal por esto. Pero eso no
cambia el hecho de que es muy, muy hermoso de esta forma.
No hago ningún sonido mientras me muevo
dentro y fuera de él. Está quieto también, con los ojos cerrados y los labios
rosados secos apenas entreabiertos. Difícilmente queda energía además de lo que
la droga está quemando en mí; solo puedo reunir la fuerza para mover un poco
mis caderas. Me preocupa sentirlo; su calidez, su estrechez, la suave presión
de sus pantorrillas contra mis piernas guiándonos, sus muslos suaves y
pegajosos alrededor de mi cintura, su respiración en mi pecho… una incesante
oleada de dulces sensaciones.
Sus piernas, resbalosas por el sudor de las
drogas y el calor del mediodía, pierden tracción alrededor de mi cuerpo y caen
en la cama, dejando su cuerpo completamente expuesto a mí. En algún momento
antes, mucho antes de esto, habría sentido vergüenza de estar tan desnudo ante
mí, pero ahora conozco cada centímetro suyo. No hay nada que pueda esconderme.
Sus dedos se enredan en mi cabello y se
enganchan estirándolo. Un cosquilleo recorre mi columna vertebral hacia mi
cuero cabelludo, y me pregunto si él puede sentir esa electricidad. Sin una
respuesta, mis caderas continúan moviéndose contra él; adormecido, pausado, con
ternura, mientras él sonríe y suspira ligeramente.
“Quiero sentir lo que tú sientes” me dijo.
Sabía que no lo aprobaba, pero de alguna manera eso no lo detuvo. Creo que su
amor por mí derribó su moral. Fue así como empezó con las drogas.
No debería haber aceptado. Pero estaba
solo, quería a alguien que me entendiera. Quería que mi mejor amigo entendiese.
Siquiera lo pensé cuando me lo dijo, fue tan fácil para mí solo acceder a su
petición.
Puedo oír el ruido sordo de un cuerpo golpeando
el suelo de baldosas, el sonido del golpe, luego del vómito. Es como un trueno,
un estremecimiento tras otro, incansable y enojado. Mi mente puede verlo allí
arrodillado, el cuerpo diminuto doblado como papel desmenuzado, el esqueleto
pálido que es, sus nudillos blancos agarrados al borde del inodoro. Imagino el
charco en que el probablemente está sentado; el agua que salpicó en su cara, el
vómito que no pudo contener.
“Quédate fuera”, gritó roncamente a través
de la gruesa puerta de madera. Siquiera intenté moverme de la cama, sabía que
se había encerrado dentro.
Se había escapado de entre mis brazos antes
de que pudiese detenerlo. Le acaricié las mejillas, la espalda, los brazos
tratando de calmarlo. Estaba delirando. Una mala reacción con un inicio tardío;
la primera vez que sucede. Cuando acaricié su cuello luché para sentir su pulso
allí, y luego noté que sus labios se estaban poniendo violetas. Él vio la
preocupación en mi cara y fue entonces que comenzó a llorar. Aunque lo hice
sentarse contra mí se las arregló para deslizarse y correr hacia el cuarto de
baño adyacente, cerrando la puerta detrás de sí.
Me siento inmovilizado. Desde la seguridad
de la cama espero culpablemente a que se recupere.
Fue un error mío permitir que fuese
arrastrado a esto. Sigo queriendo detenerlo, por ambos, pero no soy tan fuerte
como creí que era. Verlo sufrir es el
peor de los castigos por mi irresponsabilidad. Y sé que su dolor recorre
profundamente. Lo veo más claro cuando está sobrio, cuando está tranquilo y no
es cómodo, cuando no quiere verme a los ojos. Le vendí una fantasía y él,
ingenuo, me creyó. Cuando lo conocí le dije que siempre había vivido una vida
sin arrepentimientos. Parecía encantado por mí: fuerte, guapo, oscuro,
enigmático… sin arrepentimientos. Ahora debía saber que mentí.
Siento que lo traicioné. Incluso sabiendo
que es un adulto y puede tomar sus propias decisiones, me siento de esta forma.
Si no me amara las cosas serían mejores.
Él duerme. Está negro afuera y negro en la
habitación, él respira tranquilo a mi lado. Tenemos ensayo mañana pero
probablemente lleguemos tarde. No quiero despertarlo; lo dejaré levantarse
cuando esté listo. Esa es mi manera de disculparme, darle una hora o más de
descanso.
Apoyé mi cara en su espalda, el ascenso y
caída de su pecho es normal otra vez.
Perdóname, Hyde.
Por: lesyeuxreveurs
Fuente: Livejournal